estrés desde una óptica evolutiva

ESTRÉS DESDE UNA ÓPTICA EVOLUTIVA

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Estrés hasta en la sopa… pero ¿Qué es el estrés?

“Estoy estresado/a”, “he pasado una época de mucho estrés”, “tanto estrés es malo”… estas son algunas expresiones que decimos, oímos o leemos cada día (y varias veces). La palabra estrés está en boca de todos y la utilizamos constantemente, de normal, en referencia a un estado nervioso… pero ¿qué es realmente el estrés?

Tal y como comentaba en mi anterior entrada Estrés y Neurotransmisores, la palabra estrés viene del latín “stringere”, que significa apretar, poner en tensión o presión, desgastar.

La palabra estrés era utilizada por los ingenieros para referirse a la fatiga que sufren los materiales debido a diferentes estímulos a la hora de utilizarlos. Hans Selye (fisiólogo y médico) fue el primero que utilizar la palabra para referirse a la fatiga que sufrimos los humanos (y el resto de los seres vivos) cuando la vida nos aprieta.

Evidentemente, la tensión emocional o psicológica (externa o interna) nos puede generar una fatiga o estrés. Pero, aunque sea una parte importante de nuestra presión en el día a día, no es ni de lejos la única fuente de estrés.

En la anterior entrada hablábamos de varios de los estímulos que, al poner en juego la supervivencia del individuo (a nivel físico o psicológico / egoico), ponen en marcha la reacción de estrés de nuestro cuerpo, para intentar de adaptarse a la situación y sobrevivir a ella.

El Sistema Nervioso Autónomo

Nuestro cuerpo, al igual que el de la gran mayoría de seres vivos tiene un sistema de evaluación que decide, teniendo en cuenta una gran cantidad de información sensorial (nuestros sentidos), memorias de nuestras vivencias pasadas, influencias de nuestra cultura, instintos propios de nuestra especie… si tiene que activar una reacción de estrés o no en cada instante de nuestra vida.

Tal y como comentábamos en la anterior entrada, en la naturaleza nos provocaría una reacción de estrés cualquier situación que pusiera en juego nuestra supervivencia. Es fácil de comprender que ante una amenaza de este estilo no nos podemos permitir la duda ni la demora en la respuesta…

¿es un león o no? ¡Corre! Si no es un león, ya pararemos de correr.

Esta respuesta, instantánea y automática, nos puede salvar la vida y es mediada por una parte de nuestro cerebro que no controlamos a nuestra voluntad (a no ser nos entrenemos para ello): el Sistema Nervioso Autónomo (SNA).

Nuestro sistema de evaluación instintivo decide si estamos en una situación de peligro o no, y pone en marcha una reacción de nuestro cuerpo, mediada por las dos ramas del Sistema Nervioso Autónomo:

  • Sistema Nervioso Simpático (SNS): Se activa cuando detectamos que podríamos estar en una situación de estrés. Su función principal es provocar un seguido de cambios fisiológicos (activación de los sentidos, dilatación arterial, aumento de frecuencia cardíaca, mayor riego sanguíneo en pulmones y extremidades…) para adaptarnos y tener más opciones de sobrevivir. Sus principales neurotransmisores son Noradrenalina y Adrenalina, y coordina la reacción de “lucha o huida” (del inglés fight or flight).
  • Sistema Nervioso Parasimpático (SNP): Es totalmente contrario al anterior y se activa mientras estamos en una situación en la que nos podemos relajar. Provoca cambios fisiológicos que priorizan la digestión y absorción de nutrientes, por un lado, y el descanso, la reparación de tejidos y la potenciación del sistema inmune, por el otro. Su principal neurotransmisor es la Acetilcolina, y coordina la reacción de “descansar y digerir” (del inglés rest & digest).

Nuestro SNA es como un interruptor (aunque puede haber respuestas más o menos fuertes), no podemos estar encendidos y apagados a la vez, por lo que cuando está activado uno de los dos sistemas, el otro está apagado. Aquí se entiende porque, por ejemplo, no podemos dormir o digerir bien cuando estamos en estrado de estrés.

Lucha, huida, congelación o exploración

Walter Cannon fue el científico que nombró la reacción de “lucha o huida” al estudiar las respuestas que se daban en estado simpaticotónico. Un animal, al encontrarse en una situación de estrés (ataque de un depredador, conflicto de territorio…), podía reaccionar de estas dos maneras para intentar de sobrevivir.

Años después, se dieron cuenta que ante una situación de estrés se podía dar una tercera respuesta: congelación, o dicho de otra manera, “hacerse el muerto”. Se ha observado que la parálisis, en según que situaciones, puede ser una buena estrategia para salvar la vida, ya sea evitando ser vistos o provocando un rechazo del depredador / adversario al imaginar que estamos muertos (muchas veces se da junto con una relajación de esfínteres que ayuda a este fin, debido al mal olor).

En cualquiera de estas reacciones, las emociones dominantes principales son rabia (lucha) o miedo (huida y congelación). Pero ¿no cabría esperar otro tipo de reacción distinta ante una situación de estrés? En los últimos años se está hablando de la reacción de exploración, o dicho de otra manera, el buscar como salir adelante a través de nuevas vías, la utilización del ingenio, la creatividad i la agilidad mental que surgen, a veces, bajo una situación de estrés.

Mihaly Csikszentmihalyi dedicó su vida al estudio de este estado mental alterado que hace que, bajo presión, salga la mejor versión de uno mismo. Vio que es una característica universal (todos podemos acceder a ello) y que la mayoría de gente que describía ese estado decía que era “como estar fluyendo”, sin ninguna dificultad ni necesidad de pensar, por lo que decidió llamar a este estado Flow (o fluir).

Steven Kotler, otro de los principales expertos en el estado del fluir (del inglés Flow), se refiere a las cuatro maneras de reaccionar al estrés que conocemos (lucha huida, congelación y exploración) como las 4F’s, de sus iniciales en inglés: Fight, Flight, Freeze y Flow. En una próxima entrada hablaré más sobre este preciado estado del fluir y sus beneficios.

Estrés: no es oro todo lo que reluce

Independientemente de lo que acabamos de hablar, en nuestro día a día, vemos que el estrés puede ser uno de los principales motivos de malestar (físico y emocional) de las personas, provocando, además, todo tipo de alteración de los neurotransmisores.

¿Por qué estamos tan estresados y lo pasamos tan mal?

Primero hay que entender que el estrés en sí mismo, no es malo. Sin estrés no reaccionarías delante de una situación que pusiera en peligro tu vida. Es más, un poco de estrés, nos obliga a adaptarnos y mejorar, ya sea como individuo o como especie. Lo que no nos mata nos hace más fuertes dice la frase, y así es.

Aquí vemos que no todo estrés es lo mismo y que hay la necesidad de diferenciar cuando este estrés es manejable (o incluso motivador) y cuando es demasiado (o arrollador). Los investigadores han nombrado estos dos subtipos de estrés así:

  • Eustrés: un poco de estrés en períodos cortos de tiempo.
  • Distrés: exceso de estrés y/o durante períodos largos de tiempo.

Este es el principal problema que nos encontramos hoy en día los humanos. En la naturaleza todos los estresores son de corta duración, o sobrevivo o me muero. Pero los hombres y las mujeres somos capaces de vivir en estrés constante durante años de nuestra vida y, para esto, nuestra fisiología no está preparada. A modo de metáfora, vivimos durante años corriendo delante de un león que nunca nos llega a pillar, pero nos agota día a día, provocando un montón de síntomas asociados a este distrés.

Síntomas de Distrés

El mismo Hans Selye que hablábamos al principio de la entrada, vio en sus investigaciones que muchas personas responden con síntomas muy parecidos cuando están bajo situaciones que superan su capacidad de adaptación. A este conjunto de síntomas, lo llamó Síndrome del estrés, o Síndrome de Adaptación General (GAS, de su acrónimo en inglés, que casualmente es el mismo que el acrónimo de los tres principales neurotransmisores implicados en la gestión del estrés que evaluamos en el sistema DAGGAS).

Veamos algunos de los síntomas de distrés más destacados:

  • Calambres y/o tensiones musculares, tics.
  • Dolores articulares.
  • Aumento de la frecuencia cardíaca o taquicardias.
  • Astenia o cansancio, bajada de rendimiento.
  • Jaquecas y mareos.
  • Boca seca y mucosas pálidas.
  • Insomnio, agitación, pesadillas.
  • Debilidad o ligeros temblores entre comidas.
  • Bajas defensas, propensión a la enfermedad, mejora y recuperación lenta de enfermedades o posterior a un esfuerzo.
  • Sofocos, ahogos, falta de aire, sudores repentinos.
  • Digestiones alteradas, gases (eructos y pedos), poco apetito, deseo de dulces y/o cafeína
  • Trastornos sexuales, falta de erección
  • Alteraciones hormonales de todo tipo (Tiroides, Histamina…)
  • Mayor susceptibilidad, impaciencia, propensión a las adicciones, temores, angustia, ansiedad, inseguridad, concentración débil, falta de memoria…

Hacerse amigo del estrés

Vivimos en un mundo acelerado, y esto nos puede inducir a un estado de distrés y a sufrir sus consecuencias, evidentemente. Pero cada vez tenemos más claro que la situación que vivimos es importante, pero la clave es el cómo la vivimos. Todos sabemos que delante de la misma situación, distintas personas la viven de distintas maneras.

Si puedes (y quieres) cambiar la situación que te estresa, cámbiala. Si no, ¿será cuestión de cambiar la manera de vivir la situación y hacerse amigo del estrés?

Para acabar esta entrada con buen sabor de boca, os dejo un vídeo TED-x de Kelly McGonigal, experta en gestión del estrés, donde habla precisamente de este apasionante tema (que hablaremos más de ello en una futura entrada).

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DAGGAS - Despertando Neuronas